Texto gentileza de Pachi Amorós, Archivera Municipal del Ayuntamiento de Archena, para el Alboroque Digital.
Estos días de vuelta a las aulas, de reinicio del curso escolar para millones de estudiantes, parece el momento adecuado para echar una mirada sobre la situación de la escuela en el pasado siglo, en unos momentos en los que la asistencia no era, por desgracia, tan masiva como ahora, ni se necesitaba un material escolar tan abundante.
En el siglo XIX, no obstante, la preocupación por la extensión y obligatoriedad de la enseñanza fue una constante. Ya la Constitución de Cádiz de 1812 había dispuesto la universalidad de la primera enseñanza, estableciendo la creación de escuelas de Primeras Letras en todos los pueblos. Pero los encargados de llevar a cabo esta tarea eran exclusivamente los Ayuntamientos, y sobre sus exiguos presupuestos recaía en exclusiva la paga del maestro y la dotación de las escuelas; en efecto, durante todo el siglo permanece la idea de que al estado no le compete la enseñanza elemental, responsabilizándose sólo de la enseñanza media y superior, a la que en realidad accedía una proporción ínfima de la población. Para vigilar el cumplimiento de los objetivos educativos se crearon, con carácter obligatorio, las Juntas Locales de Instrucción Pública que estudiaban las órdenes relacionadas con la enseñanza, controlaban el nombramiento de profesores y examinaban a los alumnos.
En Archena podemos constatar la existencia de un maestro desde finales del siglo XVIII. Impartía las clases en su propia casa, careciendo casi completamente de material didáctico. La preocupación por la falta de asistencia de los niños a la escuela fue casi simultanea, contando con un acta de 1818 en la que se recoge el mandato de los miembros del Ayuntamiento "que se fije edicto en el sitio público ya acostumbrado para que los padres envíen a sus hijos a la escuela bajo apercibimiento que en su defecto se procederá contra ellos...". Pese a estas buenas intenciones el analfabetismo estaba tremendamente extendido, alcanzando unas cotas regionales que aún en 1880 se elevaban hasta el 87% de la población. Esta cifra no se explica sólo por la falta de medios oficiales sino más bien por la falta de demanda cultural y de interés por la instrucción.
El campesino no veía la ventaja de aprender a leer y a escribir porque ello suponía recibir un tipo de socialización y unos valores que no eran los suyos y no compartía. Para el habitante del campo o la huerta su mundo terminaba en la linea del horizonte, en sus tierras y en su casa y el mundo exterior le resultaba hostil o al menos difícil de comprender.
Los conocimientos que debían ser transmitidos se limitaban a la lectura, escritura, cálculo (como mucho las cuatro operaciones básicas:sumar, restar, multiplicar y dividir) y catecismo: también rudimentos de Historia Sagrada, geografía y de técnicas agrícolas estaban integrados en los planes de estudio de Archena. En el caso de las niñas tenía gran importancia el aprendizaje de "labores de primor".
En cuanto a las instalaciones, Archena, pese a los esfuerzos de las sucesivas corporaciones, careció de locales de escuelas propios hasta bien entrado el siglo XX, situándose hasta entonces las escuelas en locales alquilados por el Ayuntamiento que según los mismos contemporáneos no reunían "ninguno de los requisitos que el Ministerio del ramo exige". Como equipamiento y material escolar, digamos que en 1859 la escuela estaba equipada con bancos con cuerpos de carpintería y tinteros para los niños que escribían y otros sueltos para los niños que no lo hacían, pizarras individuales para la aritmética, cien muestras para la escritura, colocadas en cartón, unas impresas y otras hechas por el maestro, además carteles de multiplicación, de pesas y medidas y del sistema métrico decimal.
La implantación de ésto último se generalizó en 1852, a partir de una orden ministerial. En realidad, el Gobierno de la nación aunque no controlaba ni financiaba las escuelas sí se ocupaba de aspectos básicos de las mismas, remitiendo instrucciones sobre el método de lectura más apropiado, o prohibiendo, como en 1837, la corrección mediante azotes.
El horario de clase excedía en una hora al actual: Invierno, de 8 a 11 de la mañana y de 2 a 5 de la tarde, y Verano de 7 a 10 de la mañana y de 3 a 6 de la tarde.
Mucho más llamativa para nuestra mentalidad resulta la intensidad del calendario escolar: "Todos los días serán de escuela excepto los domingos y demás días de fiesta entera, desde el 24 de diciembre hasta el 1 de enero, ambas inclusive; desde el miércoles de semana santa hasta el martes de pascua de Resurrección, ambos inclusive; los días de Su Majestad; los días de fiesta nacional". No debe extrañar con este calendario que la edad habitual de abandono de la escuela fueran los 10 años.
En cuanto a las retribuciones de los maestros, digamos solo que quedaba plenamente justificado el aforismo de "pasar más hambre que un maestro de escuela". El Ayuntamiento les pagaba tarde y mal un salario realmente muy escaso, que debía ser complementado con las aportaciones de los niños que gozasen de holgada situación económica, muy pocos en Archena y el resto del Valle.
Pachi AmorósArchivera Municipal Ayuntamiento de
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